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El Cigala

01 octubre 2018

El Cigala

En el medio Billboard o en enciclopedias en línea como Wikipedia podemos enterarnos que Diego el Cigala hizo su nombre en los años noventa y principios de los dos mil como uno de los más grandes gitanos del flamenco contemporáneo. También sabríamos que en más de una década el artista ha explorado diversos géneros y, sin duda, se ha vuelto un referente de personalidad así como una voz global, que conoce la historia del flamenco (una siempre unida a la de las raíces gitanas y andaluzas) pero no para de explorar su carácter artístico.

El flamenco es una forma de vivir que integra historias de pueblos, quizá geográficamente distantes, pero emocionalmente cercanos. Con base en la disciplina, trabajo y las historias de vida a su alrededor, el Cigala ha asimilado una importante herencia y la mezcla con su increíble cadencia, voz terregosa y movimientos dramáticos, logrando una unión que ha marcado y retroalimentado a su propia persona.

Con respecto a este artista me gusta recordar una vez que me hallaba en el backstage de un recital que el Cigala ofrecería en el Zócalo capitalino, hace más de una década, en el marco de un Festival de México en el Centro Histórico. Su camisa estaba un poco desabrochada, pero así debía parecer, en sintonía con su barba, el pelo largo, los destellos de algunas cadenas o brillos y su ronca voz. Demoraba en subir al escenario, a pesar de la insistencia de José Luis Paredes (Pacho, ex de La Maldita Vecindad), el encargado del evento. Tras varias frustraciones y pequeñas fricciones, el Cigala salió al escenario y se olvidó todo lo que no fuera el momento. El mismo cielo se iluminaba y parecía asomarse al concierto de este bardo evocador y profundamente infundido de pasión.

Poco antes, el Cigala había editado el famoso y galardonado álbum Lágrimas negras junto al ya fallecido pianista cubano Bebo Valdés. La audiencia se mantenía expectante y, tras finalizado el concierto, regresó contenta y cargada de energía a sus hogares. Horas después, yo misteriosamente arribé al after del concierto, que se celebraba en un restaurante cerrado. Los tragos y viandas rondaban pero él prefería apartarse de la concurrencia general para convivir con un grupo de gitanos. Parecía tener más ganas de concentrarse en una de las actividades que más le gustan: el cante (uno de los tres pilares fundamentales del flamenco). Por ello escabulló a un rincón del inmueble con sus compañeros. En el local semilujoso, ubicado en una zona residencial de alto poder económico en la Ciudad de México y propiedad de un chef vasco las luces eran muy tenues. Pero, ¿a dónde se había ido el artista con su séquito? Jamás lo adivinarían: decidió ir al baño con su comitiva, donde se aventaban un palomazo espontáneo. No me contaron la anécdota sino que la conocí de primera mano cuando me dirigí al sanitario, provocando que el recital parara. No obstante, ahí entendí la sensación cálida y social de la música, y cómo trascendía cualquier sistema, industria de entretenimiento y espacio físico.


En su carrera, el Cigala ha explorado el furor y estilo de vida del flamenco, para en los últimos años mezclar su trabajo con salsa y otros estilos diversos. “La gente casi no lo cree”, le dijo hace un par de años a la revista Billboard. “La gente no esperaba escuchar salsa pura de los años setenta y ochenta con una voz flamenca”, mencionaba tras lanzar su último álbum, Indestructible (2016), con el cual atrapó públicos que desconocían una constante de su música y persona: la increíble cantidad de energía y belleza que transmite.

Diego Jiménez Salazar, el Cigala (apodo que recibió de tres guitarristas, dado lo delgado que era y la relación visual que tenía con el crustáceo noruego) nació en Madrid en 1968 y hoy es uno de los cantaores más reconocidos del planeta. En su música descubrirán influencias como las de la leyenda del flamenco Camarón de la Isla, por quien Diego sentía un gran respeto y admiración. El flamenco es también un asunto de sangre, y cómo no, si desde niño el cantaor comenzó su actividad artística en el mercado local, probablemente cercano a la zona de El Rastro donde nació (en una época sin los visos de desarrollo cultural que esta zona experimentaría) y fue criado en medio del ambiente flamenco de Madrid, el centro creativo del género durante la década de 1970.

Posteriormente llegarían los premios en concursos televisivos, resultado de su trabajo y experiencias que traducía con una guitarra, un cajón, las castañuelas, palmas, el cante y, por supuesto, la abundante pasión. El Cigala entonces se hizo conocido por su escandalosa voz gitana y fue solicitado por grandes bailaores, como Manolete, Mario Maya y Farruco, mientras su voz formó parte de las grabaciones de estudio de algunos de los mejores guitarristas del flamenco, incluidos Tomatito y Vicente Amigo. Más tarde, ofreció su voz en el álbum Cositas buenas, del maestro Paco de Lucía (1947-2014), figura que Diego veneraba al grado de asegurar que nunca existirá alguien como el maestro guitarrista andaluz que falleciera en su residencia de Playa del Carmen. No obstante, pasaron años antes de que el cantaor se volviera un artista internacional con un enorme impacto, que impulsó un estilo rara vez programado en las radiodifusoras y televisión popular, además, previo al boom de las redes sociales.

Su nombre ya era más o menos conocido pero en el año 2003, el compositor y productor Javier Limón y el cineasta Fernando Trueba produjeron el ya citado LP Lágrimas negras que fusionaba la inconfundible y estupenda voz rasposa de Diego junto al trabajo experto en el piano de Bebo Valdés. Lo siguiente fueron Grammys Latinos y otros de esos galardones de la industria que, a diferencia de la música, le pueden decir poco a la mayoría de personas.

No hay secreto, el Cigala posee una tremenda pericia y experiencia con las canciones tradicionales del flamenco, pero en una nueva situación se reinventó como un músico capaz de trascender en la escena internacional. Es cierto que no es el primer artista de flamenco que se ramifica en una nueva dirección, pero su cadencia entre los breves silencios y su estruendo rítmico, lírico y de composición han ampliado las posibilidades creativas a su alcance. Lo mismo se replica en la salsa, tango o boleros, donde parece reconocer que la música, como el arte en general, supera a su creador o intérprete. Creo que casi todos sabemos que, a diferencia de muchos artistas galardonados por la industria, figuras como ésta han forjado y expandido su propio nicho porque su voz refleja a su tierra y a las naciones que visita. A su lado tiene la historia e intuición para transmitir emociones sin llegar a ser sentimental, con una riqueza rítmica natural que bien lo lleva a presentarse en un Zócalo capitalino abarrotado o, ¿por qué no?, con su escasa cofradía en un baño. Todo esto nos permite disfrutar del Cigala y deleitarnos con un género flamenco que es un estilo de vida que se aleja de lo superficial y se enfrenta a la existencia con una sonrisa que evoluciona, respira y vive, hoy y siempre.

FESTIVAL MIRANDO AL SUR - 24 de Noviembre | 17:00 horas.

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¡Celebra los XV años de Los Amantes en su destilería con el FESTIVAL MIRANDO AL SUR con Diego el Cigala en concierto!

La destilería Los Amantes se encuentra en Tlacolula de Matamoros, en el valle de Oaxaca, región reconocida por su producción de mezcal. En esta ocasión, Los Amantes se visten de manteles largos para celebrar sus XV años de producción e invitan a todos los amantes del mezcal a compartir una velada llena de festejos.

Habrá grandes invitados especiales, como la banda de niños mixes y el artista Aboubakar Fofana.

PROGRAMA
Degustación / Venta de producciones exclusivas de Los Amantes

17:00 horas: Apertura de puertas: degustación de aguas y nieves.
18:00 horas: Inauguración de la exposición artística de Aboubakar Fofana.
20:00 horas: Apertura de concierto: Banda de viento.
21:30 horas: Diego el Cigala: ¡El evento principal que no debes perderte!
23:00 horas: Castillo de cohetes.
24:00 horas: Soni hill.
02:00 horas: Sabino Guisu.

Destilería Los Amantes
2 de Abril 150-155, Tercera Sección, C.P. 70400, Tlacolula de Matamoros, Oaxaca, México.

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Escrita por:

Salvador Cano

01 octubre 2018

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